Como intuyo les pasa a todos, de mi infancia tengo imágenes, como si fueran historias o reels de muy poquititos segundos; un gran compilado de escenas sueltas todas desordenadas. Lo que les quiero contar hoy es una de esas escenas que todavía me hace reflexionar.

Desde que tengo uso de razón, me obsesiono por entenderlo todo. Siempre me intrigó el porqué de lo que veía, y hasta inclusive de lo que imaginaba.
Habiendo pasado la “edad del porqué”, con 6, 7 años, las preguntas seguían surgiendo de mí cual pelotitas lanzadas por una máquina a máxima velocidad. Mientras más crecía, más dudas tenía, sumado al estímulo de ser ampliamente la menor de tres hermanos.

Por los frecuentes viajes laborales de mi papá, la gran receptora de mis interrogatorios era casi siempre mi mamá. Luego de una cena familiar donde los debo haber taladrado a preguntas, mientras yo iba y venia por la cocina levantando la mesa, escucho que mi papá le pregunta a mi mamá: “La menor, ¿es muy curiosa o es pelotuda?”

Hoy, 26 años después, aunque nadie le haya podido responder a mi papá, estoy segura de que dándole valor a las dudas, aprendí a aprender. Entendí que hasta la pregunta más cerrada puede abrir, y que ni en la más abierta, entra quien no quiere ver. Me enseñaron que hay algunas que a veces molestan, y que, mientras más profunda sea, más incomodidad generará.

Por momentos sospecho que aquella nena de 6, 7 años, sigue intacta en la Tefi de 35 que estoy siendo hoy. Claro está que no tanto por lo físico, aunque se podría decir que estoy igualita de altura.
¿A ustedes también les pasa? ¿También detectan su niño interior? ¿Le preguntan si sanó, si aprendió, si vivió?

Para mi mamá:

El puntapié inicial fue tuyo, siempre es tuyo; pues acá estoy y acá sigo: erguida, con la mirada a la altura del corazón ❤️ y una sensación de firmeza que ni yo conocía. Juro no haber planeado tanto nada, creo que en cierto modo fue la decisión y la certeza de estar haciendo las cosas bien, o por lo menos, lo mejor que podía. Literal, tengo el trabajo que siempre soñé. ⭐ Es justito como me lo imaginaba, con todo y sus detalles, y a eso tampoco lo planifiqué.
Todavía me acuerdo de tu mensaje, y de cómo sonreí a pesar de los casi 9000 kilómetros que me separaban de casa. 🤩 Tu "chinita" finalmente había encontrado lo que buscaba, y debo admitir que, aunque lo identifiqué pronto, demoré en encontrarme orgullosa de mí misma. 

Tu incansable afán por enseñarme a valorarme y quererme, junto a tu inagotable motivación y confianza hicieron de mí hoy una mujer satisfecha, entusiasmada y responsable. 🤟 Llevo la autoestima donde habitualmente me sugerís que la tenga. Valoro cada logro obtenido, distingo emociones de pensamientos, y me reconozco causante de mis éxitos y derrotas.

Ojalá que sientas como propias todas y cada una de mis conquistas, porque te aseguro que sin vos ni el recorrido ni el fruto 📍 hubieran sido lo mismo.

Gracias infinito, ma. ♡

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El parto

Al amanecer, doña Tota llegó a un hospital de Lanús. Traía un niño en la barriga. En el umbral, encontró una estrella, en forma de prendedor.

La estrella brillaba de un lado, y del otro no. Ocurre con las estrellas, cada vez que caen en la tierra, y en la tierra se revuelcan: de un lado son de plata, y fulguran conjurando las noches del mundo; y del otro lado son de lata nomás.

Esa estrella de plata y de lata, apretada en un puño, acompañó a doña Tota en el parto. El recién nacido fue llamado Diego Maradona.

Eduardo Galeano

Yo no sé quién soy porque no soy la misma siempre, porque todos los días soy una distinta o -hasta quizás- soy una diferente a cada ratito.

En realidad todo esto pareciera inconsciente, pero me he empezado a dar cuenta que no. Creo empezar a entender que así lo decido pero simplemente porque me sirve. Como si jugara conmigo misma a ver con qué Tefi me siento mejor, con cuál ando bien, quién lástima menos y qué Enano me gusta ser.

A todo lo demás, al qué dirán, a los de acá y a los de allá: creo que esta sí soy yo, la que acabo de explicar. Yo soy yo, con un montón de “yo”s y así por ahora me va gustando.

Si supieras lo que pesa tu sonrisa,
lo que vale tu mirada,
lo que curan tus abrazos.

Inexplicable manera de sentir,
inentendible mi vulnerabilidad,
anhelada estabilidad.

Alguna vez te imaginé así,
eras tal cual sos,
eras paz, amor y libertad,
igualito a la realidad.

Te quiero más allá de la distancia,
te deseo más acá que nada,
te espero a pesar de todo.

Me pasa cada vez que te veo, que te encuentro, que regreso. Cada vez que vuelvo me pasa de sentir esas sensaciones contradictorias. De ganas de tenerte y no, de quererte y no, de olvidarte y no, de extrañarte y sí. Eso pasa siempre. De pensarte, de imaginarte, de soñarte.

Me pasa de saber que no vale la pena, que es algo mucho más que imposible. Un imposible que no tardará un poco más porque sé que nunca llegará. Así, mi imposibilidad de aceptar un "no" por respuesta, al conocerte se transformó en obligación. En un principio era un desafío; luego y ahora, no me queda más que olvidar. Dejar de planear cómo reformular la estrategia, si ni la táctica más hábil me hará volver el tiempo atrás y repensarla antes de eso.

Me pasa de preguntarme para qué, cómo fue, por qué fue. Un montón de dudas que me invaden todas juntas y un montón de certezas que se olvidan que te alejas.

Escribo para dejarte ir, o por lo menos para no extrañarte. Para que cada estrella te lleve un beso y cada noche te abrace. Escribo porque el humo tiene tu nombre, mi cuello, tu olor y mi mente, tus ojos. Escribo para imaginar tu sonrisa, porque todas las miradas son un "te quiero", porque cada imagen es un recuerdo. Escribo aunque mis líneas empalaguen, aunque mis frases te retengan, allá lejos y con un "pero".
Escribo para no pensar, para dejarme llevar, para dormir en paz. Escribo sin ganas de escribir rogando dejarte ir.