Si bien es verdad que no es común en Córdoba un torneo de las características y dimensiones del APP que se vivió este fin de semana, no es tampoco tan descabellado pensar en organizarlos con más frecuencia.

La competencia que se llevó a cabo en el club Bajo Palermo –el cual posee la única cancha de césped sintético de la ciudad- repartió 500 puntos para el ranking nacional y $16.000 en efectivo.

En realidad, no quisiera hacer la típica crónica de un torneo más, por más importante que sea. Pedí escribir porque estoy lo suficientemente cansada de escuchar que del padel no se puede vivir como para hoy, después de más de 10 años en este deporte, emitir mi humilde opinión al respecto.

Sinceramente no sé a qué le llamarán “vivir” todas y cada una de las personas que afirman tal disparate; pero de lo que sí estoy segura es que consideraré cruel e insensible a todo aquel que lo manifieste. Porque basta con ver los números para darse cuenta que, desde el punto de vista económico, tampoco es defendible. Sin dejar de aceptar que no todos llegan, ni todos ganan; porque somos muchos los que vemos sólo salir plata de nuestro bolsillo. Y ahí querrán justificar esa barbaridad, pero no! porque invertimos casi todo nuestro sueldo y nuestro tiempo en entrenar, jugar y viajar por la única y exclusiva recompensa de todo el resto –que ni todos los verdes del mundo lo compraría-. Y cuando digo “todo el resto” hablo de lo que disfrutas cada viaje, lo que sentís cuando entrás a la cancha, lo que pensás en cada punto, lo que te motiva cada partido y lo que te incentiva cada torneo. Porque si eso fuera “vivir”, con el padel nos sobra.

Para todos aquellos que, aún hoy, siguen sosteniendo que del padel no se puede vivir, acá está la clara demostración de todo lo contrario.

Porque pareciera que es una historia de nunca acabar y recién empieza. Porque no nos contenemos ni en los mensajes. Porque me gustaría decir que nos extrañamos en cada ratito que estamos lejos. Porque no sé si es el tiempo, las ganas o lo imposible. Porque sino recordas los momentos, yo me acuerdo cada instante. Porque tu sonrisa es la salida de una realidad aburrida que intenta, por todos los medios, ponerse su mejor disfraz para andar –descarada- por las calles sin importarle ni los “quizás”. Porque podría hasta afirmar que somos verdaderos, no un par de farsantes que juegan a tenerse noche tras noche para evitar la cruda soledad que a veces nos invade. Porque sos mucho más que eso, porque soy -al estar con vos- muchísimo más que todo aquello… hoy puedo escribir que te quiero y quiero luchar por lo nuestro. 

Sabía que era peligroso pero nunca fui consciente de cuánto. Todas las promesas y estrategias que planee no sirvieron de nada porque hoy me vuelvo a ver sola y completamente desilusionada. No por vos, sino más bien por mí. Desilusión de los “podría” que quedaron guardados en el fondo de un cajón que ni siquiera había terminado de abrir.

Eran todos riesgos que corría y que asumía correr por esto, que no puedo ni llamar “nuestro”. No es tampoco que me arrepienta pero claro que sí estoy dolida. Ese dolor que pocas veces había sentido y que creí jamás sentirlo por vos; que me regalaste tus sonrisas más transparentes, tus caricias más verdaderas, tus abrazos más íntimos y tus besos más lindos.

Y quedó en mí, como ya lo sabíamos, pero también cayó en vos, como era de esperar. Lo cual terminaste de cerrar con un frío y desinteresado “es lo mejor”. Pero quizás sí, tengamos razón y es lo mejor; o quizás no… Quizás no sea lo mejor, ni lo peor pero terminemos juntos escapándonos de todo esto que quisimos empezar “sin daños a terceros”. 

Por que no sé si será la época del mes, la cantidad de días, las ganas, la confusión, la impotencia o todo eso junto y más. Si está bien, está mal, es lógico, entendible o ninguna de esas. Sólo siento muchas ganas de irme, de escapar, de desapecer y no volver jamás. De mandar todo a la mierda y que nadie me pregunte “¿qué pasó?”.

Tengo ganas de eso y punto. No hay motivos, ni circunstancias, ni excusas, ni porques… quiero eso! Poder no pensar, no juzgar, no analizar, ni planificar absolutamente nada más! Que nada ni nadie me importe sin tener la certeza de que me arderán las orejas al darme vuelta. No esperar, no pretender, no depender, no enloquecer.

Quiero dejar de lastimar sin siquiera poder sentir, sin siquiera poder mentir.

Quiero dejar de querer sin siquiera poder fingir, sin siquiera poder huir.

Caminamos como casi sin rumbo, hasta llegar a cierto lugar donde paramos a descansar. Bailamos a la luz de la luna, aún sabiendo el peligro que provocaría. Nuestras manos que se acercaban, intentando acariciarse todavía con cierta cobardía. Timidez aquella que pasó al olvido dejándose seducir por todo tipo de impulso.

En alguna calle perdida nos tapábamos la cara para contar hasta cien. Esquina vacía que nos descubrió escondidos detrás de un abrazo. Sonrisas robadas y besos eternamente ocultos. Noche aquella en la que la verdad asaltó a la duda respondiéndole todo tipo de preguntas; convenciéndola de que al final el deseo había quedado al descubierto.

Y cuando el reloj parecía no andar, comenzó a agilizar su paso; robándonos uno a uno cada instante. Apresurándonos para que todo termine según lo esperado, decidiste por fin tomar la decisión. Levantaste el brazo y yo conteniéndome para llegar a cualquier lugar.

Bien pudimos encontrar allí la distracción, mas olvide no fascinarme. No había un solo cómplice de aquel tropiezo. Podía quedarme tranquila de saber que todos nuestros momentos quedaban en silencio, como quien aleja a un recuerdo.

Sigo contando otros cien más, a ver si te vuelvo a encontrar escondido detrás de algún viejo árbol, esperándome solo, sabiéndote mío… Justo allí leerás en mi mente todo eso que te pertenece, compartiremos los sueños y podrás besarme sin avisar primero.