Y si algún lejano planeta nos vuelve a juntar espero no de tantas vueltas. Algún giro quizás sea necesario para reunirnos en el mismo punto, en el mismo momento. Porque de aquel entonces que no puedo distraerme, alguien quiere que no siga moviéndome. Tal vez sí exista esa extraña energía sobrehumana que controla el todo. Esa fuerza elevada capaz de unir lo desconocido, de fundir lo opuesto, de amarrar lo lejano.

Porque si algún otro cosmos nos reuniera otra vez, sería -seguramente- para saldar cuentas. Cumplir lo que se prometió como si supiéramos de qué estábamos hablando. Poder acostarse en la arena, abrazar sin frío y brindar por un amanecer tomados de la mano, mirando un cielo estrellado; soñando lo impensado.

Es verdad que todos lloramos, porque al que no le cayó una lágrima, gritó de la emoción, se le puso la piel de gallina o le pegó a algo de la exaltación. Me vuelve el nudo a la garganta con cada video que veo, con cada nota que leo.

Hace cuatro años atrás escribía “Porque olvidándonos de las coincidencias y de los astros que supuestamente se habían alineado para que ganemos el mundial, estamos afuera. Un ‘afuera’ que sabe a tristeza, decepción, angustia, desilusión

y hasta a bronca. Un ‘afuera’ que llegó más pronto de lo esperado, más rápido de lo pensado.” Hoy, a horas de la final de la Copa del Mundo, estamos adentro. Tercera final contra Alemania. Y aunque ahora no los tengamos ni a Brown ni a Valdano, lo tenemos a Messi y a Mascherano. Porque no está Maradona, Burruchaga ni Bilardo; pero confiamos en Sabella y en los 23 guerreros que tenemos por equipo.

Somos poco más de 40 millones de argentinos acá pero casi un millón más que festejan en el Times Square, en la Torre Eiffel o quién sabe en qué rincón del mundo.

Para mí es impagable el “vamo vamosh Argentina” de tu sobrino, el “chicas por favor hablen de fútbol!” de alguna amiga, el “no es fácil el jueguito este” de tu vieja o el “te juro que no puedo parar de llorar” de algún otro.

Nací en el `88, del `90 ni registros y en el 2014, más allá del resultado del domingo, para mí, ya somos campeones; y entre lágrimas, abrazos y sonrisas, gritaremos todos juntos “qué lindo es ser argentino!”.  

Viajar es marcharse de casa,

es vestirse de loco

diciendo todo y nada con una postal.

Es dormir en otra cama,

sentir que el tiempo es corto,

viajar es regresar.

Viajar es recorrer otros rumbos,

es salir a andar

es caminar sin saber a donde llegar.

Llegar a buscar otras cosas,

es querer verte volver,

es volver a creer.

Viajar es encontrar nuevas ideas,

es replantearse las viejas,

es amar y odiar.

Odiar la ruta de regreso,

Es añorar la comodidad

Es aprender con la verdad.

Viajar es trabajar la intolerancia,

Es manipular el tiempo,

Es dejarse llevar.

Llevar lo imprescindible,

Es dejar lo pesado,

Es olvidar lo pasado.

Viajar es tener un amor de verano,

Es soñar despierto,

Es cantar mientras te bañas. 

Es dormir en otra cama,

Sentir el frío de las sábanas,

Viajar es regresar.

El otro día una amiga me dijo que: es algo que se siente adentro, que te moviliza, que te inquieta. Y es completamente así. Es una sensación difícil de explicar con palabras. Es emoción, ansiedad, nostalgia, ganas. Es necesidad o quizás mucho más. Ese deseo imperioso de volver a subir a un avión con algún destino lejano, conocido tal vez. Aquel anhelo que –por momentos- controlo, pero que muchas veces no se quiere callar. Esa urgencia por viajar que intenta vencer la decisión de instalarme en algún lugar. Que cada día grita más fuerte, se hace escuchar. La intranquilidad que me provoca el saber que por varios meses no volveré a volar me hace pensar en replantearme todo. El sentirme lejos de todo, cuando en realidad estoy más acompañada que nunca. Contradicción que nunca quiere irse, jamás pretende escapar.

Debería aprender a empezar a perder porque no hay quien gana, sin renunciar. No hay quien pierde, sin ganar. Y acá estoy de nuevo, en mi lugar que cada vez siento menos mío, más ajeno, más lejano. Intentando reestablecerme, reubicarme, reencontrarme.