Decidir y sostener. Vivir y disfrutar.

Me molesta. Me hiere. Me asusta. Y sin embargo sigo eligiendo estar. No imagino como sería sin vos. Sé que podría y que tampoco sería muy difícil, pero es que CREO que no quiero. Claro está que todo es incertidumbre y así será por lo menos un tiempo más. El tema es que no me cuesta tomar alguna decisión definitiva, lo que se me hace imposible es sostenerla. Y me da impotencia, sí, pero siento que es algo más fuerte que yo. Admito también que a la fuerza de voluntad no la practico a diario y menos aún cuando no estoy convencida.
Ahora, el problema es… ¿me pongo a pensar o sigo así como estoy? Si soy completamente feliz ya no me lo pregunto porque creo que la respuesta tiene tantas variables que llega a ser demasiado complicado preocuparse por eso. Mi duda existencial, de unos meses a esta parte, me lleva a escapar. A huir de analizar la situación, resolver problemas o, mejor dicho, tomas las riendas del asunto.
“Pero bueno, es lo que hay” es la frase que me repito a cada rato. Sé que vivo, no que sobrevivo. De lo que no estoy segura es de lo que vendrá. Y vuelvo a robar: me siento “buscando quien sabe qué. Yo qué sé qué será de nosotros”.