...que el mundo pare

Entró a su cuarto después de haber pasado por el baño. Prendió la luz y quedó inmóvil al borde de la cama por unos segundos. Dio media vuelta, caminó lentamente hasta el living donde él la esperaba. “¿Qué pasó, no te ibas a cambiar?” Ella se sentó a su lado y bajó el volumen del televisor. Miró esos ojos confundidos y hasta perturbados. Sin siquiera responderle, lo abrazó fuerte. Algo así como una despedida. Bien podía ser una bienvenida. “¿Podemos hablar?” pregunta ella torciendo su cuerpo a la derecha. “Claro, ¿de qué?” contesta tímidamente. Durante la siguiente media hora escucho voces.
Bronca. Celos. Enojo. Paciencia. Intranquilidad. Ansiedad. Cariño. Mucho más de golpe. Así con ese desorden intentaba hablar. Con el grado mínimo de convicción que alguien puede tener, pretendía sonar creíble. Esperaba que algo de todo lo que dijera sea tomado en serio. ¿En serio? Parecía imposible pero seguía intentándolo. Debería endurecer el corazón o aunque sea educarlo. Y a ese esfuerzo frustrado, se le colaron varios besos y abrazos.
¿Terminó? El silencio está, tan intacto como siempre lo estuvo. La palabra final es huérfana por un rato. Hasta que él la toma de la mano, levanta la mirada, respira hondo: “¿Querés intentarlo?”
Pensá y actuá. Llorá y crecé. Besá y queré. Que llegado el momento, solita sin guía, vas a haber aprendido a andar el camino tantas veces recorrido.